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El Precio de la Libertad

Me desperté a las cuatro y media de la mañana, preparé el mate y a las cinco desperté a Lilián, que tenía que ir a dar un curso en una ciudad del interior. Llegamos a tomar unos mates juntos, y a las seis el remise la pasó a buscar. Yo salí luego a dar mi caminata meditativa habitual con Mariano.

Una mañana fría pero serena y seca ayudó a hacer más que agradable el paseo por la rambla. Casi ni me molestó mi artrosis lumbar. Tomamos nuestro cortadito especial en el 360 de Solano Antuña y la rambla, atendidos de maravilla como de costumbre, y proseamos hasta las siete y media.

A las ocho, según lo acordado, me pasó a buscar otro amigo para desayunar y conversar. En la cafetería me encontré con varias personas conocidas a las que saludé y bendije.

Cuando salimos, lo acompañé hasta el auto que estaba estacionado cerca, y al despedirnos, tomé conciencia de mi agradable estado de buen humor. Me sentía ligero, con energía, contento.

Decidí ir a hacer unos mandados. Primero, fui a la panadería. La persona que me atendió lo hizo muy gentilmente, pero cuando llegué a la caja, las cosas cambiaron. Al mismo tiempo que cobraba a los clientes, la cajera de turno atendía un celular que tenía sobre el mostrador cercano con el que recibía y enviaba mensajes de texto. Cuando me dio el cambio le agradecí y la saludé para despedirme. No me contestó.

A la salida, otra empleada limpiaba la doble puerta de vidrio con agua, jabón y un lampazo. La saludé y tampoco me contestó.

Tomé consciencia nuevamente de mis sensaciones interiores que ya no eran tan agradables y me dije: “Nadie me va a cambiar mi estado de ánimo, no pueden hacerlo, solo yo”, y retomé mi estado interior.

 

Fui a la fiambrería, quería comprar jamón, saludé al entrar y nada. Como el jamón que nos gusta tenía una irrazonable cantidad de grasa alrededor, le solicité a la joven que atendía que por favor le quitara un poco, a lo que me respondió secamente que no podía. Me repetí la misma frase y simplemente cambié de marca. Salí de la fiambrería reiterando mentalmente, “nadie me va a cambiar mi estado de ánimo, no pueden hacerlo, solo yo puedo”.

Me encontré con mi amigo Daniel, el señor que cambia pilas de relojes en 21 de Setiembre y Ellauri, que estaba armando la mesa donde trabaja para comenzar la jornada. Ahí recargué mis pilas. Tuvimos una corta conversación, pero plena de buena onda y buen humor.

Cuando volvía a casa, al cruzar Vázquez Ledesma y Ellauri, una mujer que conducía un Citroën negro, en lugar de aminorar la velocidad para que cruzase, me tiró el auto encima y pasó haciendo finito entre el cordón de la plazoletita a Zorrilla de San Martín y yo, al mismo tiempo que hablaba por su celular. Por un instante me indigné realmente, pero segundos después, me repetí la frase y unos metros más adelante, cuando llegaba a cruzar Leyenda Patria, volví a  sentirme ligero.

Un rato después me estaba bañando y comencé a pensar en un tema de dinero, algo que en la empresa teníamos que pagar, pero sin que eso fuera un problema. Sin embargo, pensar en ese tema me llevó rápidamente a otro, uno más urticante.

Cuando me di cuenta y volví en mí, me repetí la frase, solo que en este caso la cambié un poco y me dije:

“Ni mi propio Pensamiento me va a cambiar mi Estado de ánimo, No puede hacerlo, Solo Yo Puedo”.

 

Por ahora voy bien, aunque recién son las diez y  media de la mañana. Veré cómo me fue cuando termine el día.

Lo que una vez más me queda claro es que Epicteto tenía razón porque:

“No son las cosas las que Atormentan a los Hombres, sino la Opinión que se tiene de ellas…”

Cuando estemos Contrariados, Turbados o Tristes No Acusemos a los Otros, sino a Nosotros mismos, es decir, a Nuestras Opiniones.

 

También me queda claro que el Precio de la Libertad es la Eterna Vigilancia.

 

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Dr. Julio Decaro

Autor / Conferencista

 


Artículo Gentileza

Revista Más Vida

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